“Enseñar a hablar bien debería ser la asignatura más importante en primaria” Entrevista a Ángel Lafuente Profesor de Técnicas Verbales

                                             
    
   La palabra hablada es el eje sobre el que gira la vida de Ángel Lafuente. Doblador de cine, actor en radionovelas, locutor de la Once en la grabación de libros para personas ciegas… La calidad de su voz le ha condenado a hablar en público desde que, hace seis décadas, sus profesores le invitaran a subir a la tarima para recitar la lección. La tortura inicial de hablar ante los demás se convirtió en un placer para este licenciado en Filosofía y Letras, que desde entonces se dedica en cuerpo y alma a enseñar a políticos, empresarios, profesores, estudiantes y a todo aquél que le interese el arte de comunicar con eficacia, una habilidad tan crucial como desatendida.

   Frente a la proliferación imparable de asesores de imagen que puebla todo tipo de organizaciones, ¿cómo se define usted, como un asesor de la palabra?

   Exclusivamente como asesor de la palabra. Soy muy crítico con los asesores de imagen, en general, porque
dicen muchas tonterías.

¿Por ejemplo?

   Una de ellas es la creencia tan extendida de que el miedo escénico no sólo es insuperable, sino que es bueno, y esto no es así. Sin ir más lejos, hoy en la prensa se publica una entrevista a un actor que dice: “el que no sienta nervios al salir a escena, que se retire”. Este señor, en mi opinión, no sabe lo que dice. Y yo pregunto: para qué me sirven los miedos escénicos iniciales a mí como orador, político, presentador,  profesor, cura… Hay que tener en cuenta que cualquier miedo distrae la actividad central del profesional, cortocircuita el discurso.

¿Y cómo se resuelve el miedo escénico?

   Se resuelve trabajando mucho sobre una base humanista, elemental y simple. En estos momentos usted está
hablando con la persona más nerviosa, más acomplejada y con muchos errores escénicos a su espalda cometidos a lo largo de los años. Ese fui yo. La puerta que yo abro es la de saber cada uno que somos la persona más sagrada, más digna de respeto, que hay en este mundo.

   El miedo escénico es una gran falta de respeto hacia uno mismo y cuánto más me quiera yo a mí mismo más querré a mi mujer, a mis hijos, a mis compañeros y en el momento en que más me quiera a mí mismo, más  que a nada y más que a nadie, menos dependeré del juicio ajeno, del qué dirán, sino de mi propio juicio.

   Por lo que dice, usted parece más un psicólogo que un asesor de la palabra.

  No, realmente no, aunque también estudié psicología. Ahora bien, que mi labor como profesor de técnicas de
comunicación tiene una raíz psicológica no tengo dudas. Me pasé toda la infancia y la adolescencia observando cómo hablaban los demás y aprendiendo todo lo que hay que aprender de esta materia por pura observación.
Así que hace 46 años empecé a enseñar esta materia con miedo y así seguí con miedo tremendo durante 30 años…

¿Hablar es un placer?

   Absolutamente, hay que llegar al placer escénico, no basta con neutralizar el miedo escénico. Pero un placer
de vanidoso.   Pero eso es muy fácil decirlo y muy complejo llevarlo a la práctica. No es difícil, es laborioso. Cuando llegas a este campo de la libertad no das marchas atrás. Yo estoy seguro de que nunca nadie me va a volver hacer sentir miedo escénico.

Perder ese miedo escénico, ¿Es una cuestión de semanas, días, años?
  Depende de la persona. No debería ser cuestión de muchos meses, es cuestión de reflexionar, experimentar…

¿Pero esa idea que usted defiende de quererse uno mismo no puede llevar a generar un cúmulo de vanidades contrapuestas?

   No, es todo lo contrario, aunque reconozco que ésa puede ser la primera impresión. Yo he sido vanidoso, como todos los jóvenes, pero porque no me quería lo suficiente a mí mismo. El vanidoso, el soberbio, el dictador… es alguien que como está insatisfecho consigo mismo tiene que ir mendigando alabanzas. Esto suena a libro de autoayuda. Muchos libros de autoayuda coinciden con la lógica, con el sentido común. Es normal. Ahora bien, estos libros no nos ayudarán a comunicar con eficacia. 

¿Hablar bien es equivalente a no aburrir al público?

   Desde luego. El orador debe tener en cuenta una serie de
preguntas: quién soy yo, de qué sé hablar o para qué me he
preparado, a quién me dirijo, cuándo hablo o por qué hablo,
dónde hablo, de qué medios me valgo… y en esa combinación es muy difícil aburrir. Para que la comunicación sea eficaz es necesario basarse en tres grandes amores, que son: amor a uno mismo, amor al destinatario del mensaje y amor al mensaje. Y eso se logra con mucho esfuerzo. Si falla alguno de ellos, hablarás pero no comunicarás, o comunicarás pero en una menor medida de que podrías hacerlo.

  La realidad muestra que una persona con un gran bagaje cultural puede hablar mal. Sin embargo, ¿Una persona que no lee y con escasa formación puede hablar bien?

  No se trata de hablar sino de comunicar. Hablar con eficacia es comunicar. El mejor orador que he visto entre mis
alumnos fue un chaval de 22 años casi analfabeto, que obviamente hablaba mal, apenas tenía vocabulario y no conocía la sintaxis. Ahora, ¡cómo se comunicaba, cómo describía la vida en una prisión, cómo nos leyó la carta que un recluso le había entregado la noche anterior para dársela a su novia! Otro ejemplo: mi mejor día como orador fue en el entierro de mi madre, y no fueron mis palabras. En un momento dado tomé una servilleta de papel y le escribí unas frases y, con permiso del cura, me dirigí a ella con lo que había escrito.Qué comunicó más aquella mañana, ¿mis palabras o mis largos silencios y mis lágrimas? Estos últimas fueron las que más comunicaron, no las palabras.

 Por tanto, ¿La palabra es sólo una parte en la comunicación?

   Exacto, una parte fundamental, importantísima, pero la sola palabra no comunica. Puedes hablar con mucha elegancia, muy floridamente… pero si no hay amor en la palabra y placer escénico, hablarás, pero no comunicarás.

  Ha comentado lo mal que se habla en el ámbito público y privado. Puestos a establecer una comunicación de los que peor hablan, ¿a quiénes colocaría en los primeros lugares?

   Hombre, yo ahí debo decir que los que más hablamos, hablamos fatal. Y en esa clasificación metería a políticos, a clérigos, profesores y locutores y comentaristas. Damos un
ejemplo muy malo.

  ¿Cómo distingue a un orador de un charlatán?

   Eso es muy fácil. Las técnicas del mantenimiento de la atención son algo fundamental en comunicación verbal. Si no mantengo atento al sujeto, ¿para qué hablo? Hay que pensar que quien te escucha es un león hambriento y astuto, entonces o le alimentas con contenido intelectual o te
come. Con contenido intelectual no me refiero a filosofía: puede ser un viaje de vacaciones, el problema sobre la enfermedad de un familiar, etc. El receptor no quiere palabrería hueca, no listados interminables de sinónimos, tan
utilizados por los profesores y políticos. No comunica mejor el que más habla. La palabra es una intermediación entre dos cerebros, y no podemos permitir que las palabras se caigan de la boca como unas monedas del pantalón. Las palabras hay que entregarlas con la máxima conciencia y con “tacañería”, lo que se pueda decir con cuatro palabras mejor que con ocho.

Entrevista realizada por Editorial Girasol.